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miércoles, 20 de febrero de 2013

nota gente


Para lamento de los fabricantes de gel, Ricardo Aníbal Fort (44) cambió su look: está rapado y ya no tiene barba ni bigotes oscuros. Su dieta es otra: ahora merienda dos tostadas con mermelada y un mate cocido con leche. “Antes pedía todo por delivery, porque me molestaba el olor a comida en la casa. Acá ahora se cocina”, cuenta. Y su interior, asegura él, también dio un viraje. Todo, como se sabe, después de haber estado al borde de la muerte: estuvo internado en Mar del Plata y la clínica Trinidad de Palermo durante once días, por una severa peritonitis. Aunque, quizás, haya que poner un freno a la afirmación, porque en la primera curva de la charla aparece el Fort de siempre: “Hoy fui a comprar tres autos...”. –¡¿Tres?! –No, ¡cuatro! Un Mercedes blanco y otro modelo E, para mí. Después un Peugeot 308 para mis hijos (Felipe y Marta, que cumplen 9 años el 25 de febrero) y un Peugeot RCZ para Rodrigo (Díaz, su novio). –Ya le habías comprado un BMW. –Sí, y después un Mercedes negro, pero decidí que un Mercedes es mucho auto para un nene de 20 años. Así que me los quedé todos yo. –¿Qué hacés con tantos autos? –Me quise dar un mimo al salir de la clínica. Porque además del Rolls Royce, yo no tenía un auto grande. Tenía dos Mercedes de los chicos, nada más... POST OPERATORIO. Ahora –domingo por la tarde– está en su departamento, un piso 21 en una torre de Belgrano. Su kinesiólogo espera el final de esta entrevista para la sesión de masajes. En la tele está a punto de empezar River-Estudiantes. A Fort no le importa el fútbol. Dice que no es hincha de ningún equipo: “Sólo miro a la Selección en los Mundiales. Lo único que me gusta del fútbol son los jugadores. Soy un botinero”. Ríe y enseguida se pone serio. –¿Qué te llevó a la enfermedad? –El estrés y una cantidad enorme de diclofenac, que me produjo la peritonitis, una infección en el duodeno: me sacaron cinco litros de pus. Además, me compré muchos quemadores de grasa en los Estados Unidos, uno que se llama HD y tiene cianamida, y produce una especie de ebullición en la sangre. –Pero se habló de morfina con champagne... –Dijeron muchas boludeces. Primero, yo no tomo alcohol. La morfina la tengo medicada, y no soy adicto como dijo mi médico, (Alejandro) Druetto. Me enojé con él, porque me la prescribe y porque rompió un secreto profesional. Ahora se iba a ir a Miami un mes, pero le dije que tenía una obligación moral conmigo. Hace un año me operó de la rodilla y tuve una bacteria, después una cándida, y el cuerpo no me resiste más. Me va a operar de la rodilla este jueves, si llega una prótesis especial desde los Estados Unidos hecha a medida. ¡Voy a quedar como la Mujer Biónica! (ríe). –¿No el Hombre Nuclear? –Jaja, no, la Mujer Biónica. No me importa nada. –¿Estuviste tan grave como se dijo? –Me empezó un dolor muy fuerte en casa antes de ir al teatro. Me llevaron a la clínica Colón, donde me salvaron la vida. Me desperté ahí; le agarré la mano a mi hermano Eduardo y le dije: “Challenger, llevame a Buenos Aires, por favor”. Challenger es el avión en que yo me manejo para mis vuelos privados. –¿Por qué querías irte de ahí? –Tenía terror de que la gente que rodeaba a Rodrigo me quisiera hacer mal. No digo la madre ni la familia, pero sí su entorno. –Pero estabas protegido, adentro de una clínica. –Sí sí. No se por qué me agarró esa película. Yo creo que fue efecto de las drogas, de estar recién operado, una especie de alucinación. –Durante tu internación, muchos hablaron en tu nombre: ex tuyas, un brujo llamado Eddie... –(Interrumpe) ¡Ese brujo es un chanta! –¿Entonces consultabas videntes, brujos...? –Sí, confieso que vi y estuve con personajes muy oscuros. Pero cuando aprendés a respetarte y quererte, y a dejar de creer en estupideces, se van solos. –¿Por qué necesitabas todo eso? –Y, porque tal vez soy muy inseguro, aunque no parezca. Siempre quería saber qué iba a pasar, era ansioso. Ahora sé que las cosas, buenas o malas, suceden cuando tienen que ser. –Te preguntaba por los que hablaron por vos: también tu madre Martha, tu pareja... ¿A quién considerás palabra autorizada sobre tu vida? –Mirá, el único que puede hablar por mí es Gustavo Martínez. Vive conmigo desde hace quince años, fue pareja mía hace diez. Con él tuve la alegría de soñar y tener a mis hijos. Nos separamos como pareja, pero convivimos como familia. Yo quería que lo llamen “papá”, es decir, que seamos “papá Gustavo” y “papá Ricardo”, pero él no quiso. Entonces es el padrino. Mis hijos se enteraron ayer de todo esto, y ahora le dicen “papá Gustavo” todo el tiempo. –¿Se los dijiste vos? –Sí, hablo todo con ellos. Siempre les cuento la verdad, y se pusieron re contentos. Cuando estuve internado, todo el tiempo pensé en ellos y en volver a casa. Pensé qué les podría pasar a mis hijos si no estuviera yo. Pero sabía que si me moría, mis hijos estarían seguros y cuidados por Gustavo, su otro papá. Además, él nos va a enterrar a todos (ríe). –¿Pero tu novio es Rodrigo? –Es mi pareja, sí. Ahora está en Tandil. Le dije que fuera dos días a ver a su familia y amigos, porque estuvo a mi lado desde que me internaron. –Pero poco antes se dijeron cosas muy pesadas, como que parte de su entorno te quería secuestrar. –Me metieron esa historia en la cabeza para alejarme de él. Pero no fue así. Yo lo amo, y seguimos juntos. –También tu familia se mostró firme a tu lado mientras estabas entre la vida y la muerte. Y siempre pareció que estabas distanciado de tu mamá y tus hermanos... –Sí, mamá estuvo en la clínica. La disfruté, sin pelear ni discutir. Tuve paciencia para escuchar sus necesidades. Me di cuenta de que mi familia estará a mi lado en las buenas y en las malas. Es más: cuando mi hermano Eduardo estaba a mi lado llevándome al avión, lo agarré del dedo y mi hermano se... (llora), perdón... se emocionó. Yo los tengo a él y a Jorge como mis salvadores. –Es que las situaciones límite cambian a la gente. –Cuando me enteré de que estuve cerca de la muerte, lloré mucho. Y tomé la decisión de cambiar de vida. Fumaba tres atados por día, y dejé de fumar, por ejemplo. Quiero disfrutar mi familia, mis hijos. Lo tengo todo y no me daba cuenta. Me rodeaba un entorno feo, gente que estaba por interés. Esos se fueron solos, no hizo falta que los alejara. Y aparecieron otros, que me respetan y me quieren. –¿Quiénes? –Amigos de la infancia, como Guillermo Peirano, un peluquero que conozco desde los 19 años, con quien nos juntábamos a tomar café, a hablar de la vida o de boludeces por horas. Extrañaba esas cosas, que no hacía por el tipo de gente que me rodeaba. Ahora quiero viajar más liviano, sin tanta gente, sin tanta seguridad... –¿Ese amigo te cambió el look? –No. El último día me miré al espejo y le pedí a un seguridad la máquina. Me la pasé yo, y después mi peluquero, Ramiro Hernández, me retocó. –¿Creés que pasaste de personaje a persona? –Es que antes parecía Johnnie Bravo, una caricatura. A la gente le encantó este cambio, aunque a mí no tanto. Parezco un jovato salido de un geriátrico, jaja... –¿Sos otro Fort? –Tampoco me convertí en el sucesor de Benedicto XVI. Pero voy a tener otra forma de ver la vida, otras pausas. No hacerme tanta mala sangre. Van a ver a un Ricardo más humano.